El día de la madre de la madre: mi abuela Rocío

Mis escasas o más bien lamentables dotes para las manualidades me han llevado a mantener desde que tengo conciencia un perfil bajo cada vez que llegaba el Día de la Madre. Solo he hecho un marco de macarrones en mi vida, por un trabajo escolar, y afortunadamente desapareció sin dejar rastro. Reconozco que yo mismo sentía algo de vergüenza con esta tradición de hacer un dibujito o una figurita de plastilina para ver cómo la regalada te lo celebraba aún sabiéndote carente del menor talento. Sin embargo, acercándose esta fecha, me pidió la feliz aludida que cambiara lo que tuviera pensado por un texto sobre su señora madre, mi abuela. Mejor que mejor.

El problema es que no recuerdo casi nada, y eso que la única a la que conocí de mis dos abuelas fue a la materna, Rocío. Con la paterna no llegué a coincidir nunca, entre que ella residía con mi abuelo en Barcelona y yo había nacido en Sevilla; además, murió pronto y no fue hasta entonces cuando, curiosamente, sí vino de visita al sur mi abuelo paterno… pero esa es otra historia.

El caso es que yo nací en abril de 1988 y ella murió en octubre de 1992. Por tanto, nos cruzamos unos pocos años y compartimos un tiempo muy escaso del que pueda yo conservar recuerdos. El año de su fallecimiento, por cierto, fue especialmente señalado para mi familia porque coincidió con la esperada Exposición Universal de Sevilla, para la que mis padres se hicieron con sus buenos pases de temporada, pero llegó cargado de inconvenientes y desgracias hasta caer esta última, la pérdida de mi abuela.

Creo que un poco antes había fallecido ya la paterna y esto se junta con que en los años sucesivos se fue perdiendo relación con mis abuelos. De ahí que al crecer yo y ver cómo los amiguitos del barrio y los compañeros del colegio compartían tanta vida con los suyos, e incluso encontraban en sus pérdidas su primera experiencia con la muerte, me embargara a ratos una sensación extraña, triste y ajena, como la sombra de un pájaro emigrado demasiado pronto.

¿Qué recuerdo yo? Como decía, casi nada. Una de esas largas tardes de verano echando juntos la siesta en su casa, imagino que en su cuarto, a la sombra de las persianas caídas y el alivio de un ventilador. Era yo ya bastante inquieto y me costaba entender que a esas horas tocara dormir, por lo que probablemente terminé dándole la tarde a la buena señora. Recuerdo poco más. Una voz cercana, palabras amables y una paciencia que bien habría podido hacerla santa.

Por lo demás, el recuerdo de mi abuela se ha ido conformando a partir del recuerdo de los otros. Sé, porque mi madre movió muchos papeles cuando se involucró con la causa de la memoria histórica, que su padre (abuelo de mi madre, bisabuelo mío) fue uno de tantos republicanos que se entregó a las autoridades una vez decidida la Guerra Civil. Previo paso por un campo de concentración franquista y después la cárcel de Huelva, alcanzada la libertad provisional y con trabajo en un nuevo pueblo sabiéndose desterrado del suyo, una noche de mayo de 1944 se presentaron en su casa dos guardias civiles para llevárselo al cuartel, y su mujer y sus hijos ya nunca volverían a verlo. Sabemos gracias a ese trabajo de investigación y documentación de mi madre que le aplicaron la cobarde ley de fugas.

Así que mi abuela tuvo que crecer sin padre y con una madre marcada por aquel suceso. Con los escasísimos recursos de la dura posguerra, más dura aún siendo hija de represaliado, forzada a ganarse la vida vendiendo lo que fuera a quien fuera. Es inevitable sentir empatía y admiración por esa generación de los santos inocentes, forzada a sobrevivir de cualquier manera asumiendo la injusticia e impunidad de tantos crímenes al amparo de la Dictadura.

Supongo que la abuela Rocío vivió con ilusión la Transición hacia la Democracia y la nueva etapa desarrollista. Mi padre hablaba de su suegra como una santa y ese mismo retrato de la más pura bondad y generosidad, subrayando en todo momento la entrega a los demás de quien había tenido que hacer su vida con tan poco, lo he escuchado de muchos otros. De mi madre sé que Rocío estuvo enferma buena parte de su vida; sin embargo, los médicos le pronosticaron mucho menos tiempo del que finalmente tuvo y ella hizo lo único que pudo, seguir adelante hasta que falleció a los 62 años. Al final no deja de ser curioso que le dieran menos esperanzas de las que se buscó por sí misma.

Siento lástima por haber coincidido tan poco tiempo y recordar tan poco. Ojalá hubiera sido más, aunque solo fuera por comprobar por mí mismo esas dulces palabras que escucho siempre sobre la buena mujer, pues no deja de ser curioso que tantos coincidan en señalar lo que tuviera de buena. Y en estos tiempos, en los que tan difícil resulta alcanzar el menor consenso, no me parece para nada poca cosa.

Deja un comentario