Un poemita por el Día Mundial de la Poesía

Con el 21 de marzo llega el Día Mundial de la Poesía, que nos vuelve a coger en pandemia y esta vez semiconfinados, o más bien perdidos en la contradicción de que debemos quedarnos en casa y a la vez salvar el consumo. Lo celebro, en mi caso, muy agradecido porque mi podcast favorito, Sabihondas, haya cogido un poema mío para su programa especial dedicado a este día.

Para terminar de contribuir a la causa, he rescatado otro texto de mi único poemario, Barro, para recordar aquellos versos vertiginosos que me lanzaba a garabatear con 20 años, durante las clases en la facultad y totalmente imbuido por la escritura de Eduardo Galeano. Quiero creer que esto, el texto que abría el poemario, era una especie canto fundacional o a saber.

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Aprender a perder

Callar,
cerrar los ojos
y otros estúpidos
actos de rebeldía,
como si no fuera a venir la vida
a despertarnos a tortas
o supiéramos cómo desaparecer
bajo la complicidad de una manta.
No.
La muerte sabrá encontrarnos.
Domina todas las lenguas
que necesita y siempre
hay alguien dispuesto
a señalarte.
Todo marchita.
Todo se pierde
a la luz de estos ojos.
Pasará el tiempo
hasta volver irreconocibles
los veranos de la infancia.
Vendrá el viento a desgastar los muros
que una vez fueron tu casa.
Se te caerá el pelo.
Vendrá la vida a señalarte,
a despertarte a tortas
mientras te aferras al consuelo
de que todavía no.
Tú todavía no.
Pero otros, los tuyos, y tú mientras,
estúpido rebelde,
mirarás hacia otro lado.
Cerrarás los ojos.
Gritarás por dentro.

Un poema que escribí de (más) joven

No basta caer
para aceptar la gravedad.
Aunque sea inevitable,
aunque esté escrito con cadenas,
a nadie le sobra arena en el reloj;
al fabricante de ataúdes
le sangran las manos.
Porque seremos niño,
adulto y féretro,
pero uno también es brisa
y se estremece
con un roce,
pasa frío
cuando no tiene
a dónde ir y se pregunta
por los gatos de la calle.
Vemos cosas, aprendemos
nombres de sirenas
y los escribimos
como si fuéramos
a quebrar la muerte.
Porque a veces
alguien ríe
y todo eso
no se lo puede
tragar la
tierra.

Narradores

El otro día caí en la cuenta de que han pasado más de cinco años de Barro, mi primer poemario y el único que he publicado hasta la fecha. Las cosas del tiempo, que echa a andar y ya nadie lo para. Esto me ha hecho volver a leerlo, con inevitable distancia pero también la sorpresa de redescubrir quién era por aquel entonces, cuando se me ocurrió que los pocos poemas que había escrito para Periodismo Cultural podían tener más recorrido que un simple ejercicio de clase.

El trabajo creativo de la asignatura nos invitaba a hablar de comunicación y cultura como mejor nos pareciera. Por aquel entonces estaba leyendo Espejos de Eduardo Galeano y me fascinaba especialmente el concepto del descubrimiento. Esto fue lo que me llevó a pensar en el ser humano primitivo que se descubre prácticamente estrenando el mundo, el punto de vista que articula el poemario.

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