Un poema que escribí de (más) joven

No basta caer
para aceptar la gravedad.
Aunque sea inevitable,
aunque esté escrito con cadenas,
a nadie le sobra arena en el reloj;
al fabricante de ataúdes
le sangran las manos.
Porque seremos niño,
adulto y féretro,
pero uno también es brisa
y se estremece
con un roce,
pasa frío
cuando no tiene
a dónde ir y se pregunta
por los gatos de la calle.
Vemos cosas, aprendemos
nombres de sirenas
y los escribimos
como si fuéramos
a quebrar la muerte.
Porque a veces
alguien ríe
y todo eso
no se lo puede
tragar la
tierra.

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